Tomé mi primera clase de yoga hace más de 10 años en una playa de Ko Lanta, Tailandia. La verdad es que ni me acuerdo que posturas hicimos, lo único que me acuerdo es como me sentí.
Creo que ahí esta lo importante de la práctica; ahí está la esencia.
Yo venía viajando hace más de un año, la versión más hippie y libre de mi vida, sin embargo, todavía mi mente tenía muchísimas viejas estructuras. Recuerdo no entender cuando el profe hablaba de “lo único que tenemos es el hoy; el pasado no existe el futuro no existe”.
Después de esa experiencia, viajé un poco más hasta que decidí tomar un curso, y viaje a otra isla a estudiar por dos semanas. Probé muchísimos estilos, nunca me explicaron muy bien las diferencias, pero volví a sentir eso mismo. Ese llamado.
Y me acuerdo posta de pensar “quiero hacer esto toda mi vida”.
Volví a Buenos Aires a comienzos de 2015, y tomé mi primera clase de ashtanga mysore, y ahí entendí que ese era el estilo de yoga para mí. En verdad no sabía que era un estilo, mucho de linaje ni tradiciones, pero sentía lo mismo. Ese: “es por acá”.
No pasó mucho tiempo hasta que mi manija y emoción, me llevaron a tener una práctica diaria y el depa de mi maestra quedó chico y me llevo a practicar a su sala con su maestro. Cada día me enamoraba más de esta práctica y de como me sentía.
Coincidió con unos años difíciles para mí, donde me di cuenta que la practica me salvó de muchas cosas (especialmente de mi propia mente), me hice el tatuaje del mini yogui y aprendí a cantarle mantras a Ganesha.
En 2018 viajé por primera vez a Mysore, India. Fundamentalmente fui a profundizar mi práctica. Practicábamos en el “old shala” y todo fue mágico. Coincidí con Ganesh Chaturti (el cumple de Ganesha, con altos festejos); me hice amigas, estudié ayurveda, chanting, meditación, comí mucho thalis y me enamoré de India. Volví y saqué un pasaje para volver. En 2019, volvía por segunda vez, sola, a mi amada India. Ese viaje me moví más, estuve en el norte y además de Ashtanga (termine invitada a una salita re local solo para hombres indios jaja / pero será otra historia), tomé un curso de Iyengar Yoga. A fin de 2021, en un momento realmente bisagra y difícil de mi vida, viaje por tercera vez a India, sola, nuevamente a Mysore, a practicar con Sharath en el nuevo shala, que la verdad, también es soñado. India me desafía y me sana en tantos aspectos que me cuesta describirlo. Mi perro se llama Indio, un poco en honor a todo esto que me pasa.
En estos 10 años, me formé con Flo Vergara, Pablo Pirillo, Rami Ventura, y con Monchi y Solci en Mardel. Tomé workshops con Lucia Andrade (dos veces), Mathhew Vollmer y Patricia Aballay. Practiqué y conocí salas Mysore en Santiago de Chile, Valparaíso, Puerto Madryn, Córdoba, New York (con Eddie!), Madrid, Valencia, Barcelona, Estambul – y seguro alguna más que se me esté pasando.
También me formé como Health Coach en IIN (Coach en nutrición y bienestar / en una universidad de Nueva York) y estudié ayurveda tanto en Mysore como en Buenos Aires con mi médica y ahora maestra, Sol Sananes. Aprendiendo a integrar el yoga en mi vida de una manera holística (integral) – entendiendo que el yoga es (especialmente es) 24/7, fuera del mat. De nada sirve no trasladar a la vida lo que aprendo en la colchoneta.
En 2018 me animé a dar mis primeras clases en Caravan (el hostel que abrí con mi familia) con mucho miedo, pero con la certeza de que si yo había conocido el yoga viajando y me había cambiado la vida, quizás, podría lograr que turistas que estaban de paso por mi ciudad, también se enamoren del yoga como me había pasado en Tailandia. Las clases a turistas, se extendieron a familia y amigxs y luego a otrxs alumnxs que venían a tomar clases en mi departamento. En pandemia, seguí dando clases online tanto de ashtanga, como de otros estilos; para gente mayor (por mis abuelas especialmente) y clases privadas tratando de integrar todo lo aprendido y de mejorarle un poquito el dia a dia a la gente, mientras intentaba sanar todas mis pérdidas. Me mudé a Mar del Plata, con la fortuna de encontrar una sala y una maestra, que se hicieron hogar, donde practicar y enseñar.
El comienzo del 2023 me encontró abriendo mi negocio, volviendo a Buenos Aires, poniéndome en pareja, y desestabilizando todas las rutinas “ya ganadas”. Varios meses pasé sin tener mi práctica diaria de las mañanas, reemplazándola por prácticas más cortas, o solamente meditativas y en otros momentos del día cuando encontraba tiempo. Si bien fue de otras maneras, la práctica siempre me sostuvo.
Este año pude volver a acomodarme, a practicar 7am, en la sala, con mi primera maestra, y todo se volvió a acomodar. El ashtanga yoga me da toda la tierra (y el agua) que mi carta astral no me dio. Me ayuda a enraizar. Me ayuda a conectar conmigo. Me ayuda a abrirme a sentir. Me ayuda a estar presente. Me ayuda a ordenarme.
Y la sostengo. La sostengo como un tesoro. Porque mi practica me sostiene a mí.
En 2023, logré abrir Maitri. Mi propia sala, en el barrio de Palermo y en Casa Caravan. Hoy miro para atrás, lo escribo y todo se conecta de una manera tan hermosa como autentica y real, que se me caen las lágrimas. Me parece tan improbable todo, pero a la vez, tan acertado. Soy una bendecida. Ojalá más gente pueda conectar con lo que le hace bien y le sana el alma cada dia.
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